lunes, 6 de enero de 2020

Leyendas Urbanas y Rurales del Ecuador

Las leyendas Ecuatorianas son un compilado de historias populares que han sobrevivido al paso del tiempo. Dichas crónicas al ir pasando de generación en generación, han ido combinando su base histórica con la ficción, se consultaron fuentes escritas como electrónicas

Leyenda de Cantuña

Leyenda de Cantuña 

 La historia comienza en una época en la que los monjes franciscanos ya se habían establecido en Ecuador.
De hecho, fueron ellos los que le encomendaron al nativo que iniciara la construcción de un templo católico en la ciudad de Quito. Cantuña aceptó de muy buena gana e inclusive aseguró que lo tendría listo en un semestre.
Como única condición solicitó que, al término de su trabajo, le fuera entregada una gran cantidad de dinero. Ciertamente los franciscanos dudaron de la palabra de ese individuo, pues pensaron que, aunque sus compañeros lo socorrieran a edificar el templo, tardaría mucho más tiempo de lo señalado en concluir con las obras.
Pasaron varios meses (en total cinco) y la construcción no iba ni a la mitad. Desesperado por esta situación, a Cantuña se le pasó por la mente, el hacer un pacto con el diablo en el que él le entregaría su alma, a cambio de que «Satanás» concluyera con la tarea en el plazo estipulado.
Lucifer aceptó el trato y puso a trabajar a varios de los demonios del infierno para poder llevarse el alma del indígena a los confines del infierno. Sin embargo, cuando Cantuña observó que la Iglesia estaba casi terminada, pensó en un plan para no perder su alma.
Se acercó al lugar en donde estaban las piedras que se estaban utilizando para construir el último muro y en una de ellas talló la siguiente inscripción: «Aquel que coloque esta losa en su lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él».
Dos días más tarde, el diablo tomó la piedra entre sus manos y al mirar el mensaje, de inmediato ordenó a su séquito que regresaran junto con él de inmediato al infierno.
De esa manera, el astuto indígena Cantuña no solamente había conseguido conservar su alma, sino que también concluyó a tiempo la construcción de la Iglesia, con lo cual los monjes franciscanos le tuvieron que pagar las monedas que habían acordado.

La dama tapada

La dama tapada

Hay algunos que confunden la leyenda de la dama tapada, con la de la «llorona». No obstante, es conveniente aclarar que se tratan de dos historias distintas y enseguida explicaremos por qué.
La narración nos cuenta que en Ecuador aparece de vez en cuando una joven delgada a quien nadie le puede ver el rostro, pues invariablemente lo lleva cubierto con un velo.
Viste de manera muy elegante y además porta una sombrilla. Los lugareños dicen que cuando está cerca de algún hombre, el espíritu comienza a emanar un aroma sumamente agradable, a fin de que la víctima se sienta atraído hacia ella y la siga a donde quiera que vaya.
Ese perfume es tan seductor que el individuo que lo huele no sabe hacia dónde se dirige. De esa forma, la dama tapada conduce al sujeto a una zona apartada. Es decir, un lugar en donde no hay ninguna otra persona que lo pueda ayudar.
De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada, queda completamente horrorizado pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.
Instantes después, el agradable perfume se convierte en un olor insoportable, semejante al de cuerpos descomponiéndose. El afectado no puede moverse hasta que su corazón deja de latir por completo.
Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.

El padre Almeida

El padre Almeida

El padre Almeida es un personaje de las leyendas ecuatorianas del cual se dice que le gustaba salir por las noches sin ser visto para poder tomar un trago de aguardiente.
La manera en la que abandonaba la Iglesia, era un tanto extraña, ya que subía hasta lo alto de una torre y luego se descolgaba hacia la calle. Lo que no todos sabían es que, para arribar a ese lugar, tenía que pararse encima de una estatua de Jesucristo de tamaño natural.
Una noche que planeaba salir a «saciar su sed» se posó encima del brazo y cuando estaba a punto de irse, alcanzó a escuchar una voz que le decía:
– ¿Cuándo será la última vez que hagas esto padre Almeida?
El sacerdote creyó que la voz había sido producto de su imaginación y sin más le contestó:
– Hasta que vuelva a tener ganas de tomar otro trago.
Luego de decir eso, se dirigió a la cantina clandestina en donde bebía y no salió de ahí hasta que estaba completamente borracho.
El cura iba dando tumbos por la calle, hasta que chocó de lleno con unos hombres que llevaban un féretro en camino hacia el cementerio. El féretro cayó a media calle, ocasionando que la tapa se rompiera.
El padre Almeida no podía creer lo que veían sus ojos, el hombre que estaba dentro del ataúd era el mismo.
Sobra decir que de inmediato recobró la sobriedad y en cuanto llegó a su Iglesia le juró al Cristo de la torre que nunca volvería a probar una gota de vino. Desde ese entonces, la gente afirma que el rostro de dicha imagen cambió completamente y que aún hoy en día se puede ver que esboza una sonrisa de satisfacción, pues una de sus ovejas volvió al redil.

La Bella Aurora

La Bella Aurora

Bella Aurora.
Era una muchacha que provenía de una familia adinerada, pues sus padres eran personas sumamente influyentes. La vida tanto de ella como de su familia transcurría sin ninguna preocupación, pues tenían todo lo necesario para desempeñar sus actividades tranquilamente.
Como era de suponerse, a la muchacha no le faltaban pretendientes. Es más, ella se daba el lujo de despreciar a la mayoría de los chicos del pueblo, pues como ya dijimos, no requería casarse con nadie para mejorar su estatus.
Una tarde de domingo, la joven salió de su casa en dirección a la Plaza de la Independencia, sitio en el que se llevaban a cabo de manera regular corridas de toros.
La fiesta brava de que el día se desarrollaba en total calma, hasta que de pronto hizo su aparición en el ruedo un enorme toro de pelaje negro, con los ojos inyectados en sangre y vapor saliéndole de la nariz.
El animal corrió hasta la tribuna en donde se encontraba Bella Aurora y se le quedó mirando fijamente. Eso provocó que la muchacha perdiera el conocimiento de inmediato.
Poco después, los padres de la chica la llevaron todavía inconsciente a su domicilio, para que después de reposar un rato en su cama, recobrara el conocimiento.
Bella Aurora despertó luego de un par de horas. Sin embargo, en cuanto abrió los ojos, escuchó un fuerte estruendo y uno de los muros de su dormitorio quedó destrozado por completo.
¡Era el toro negro de la plaza, quien de alguna forma había conseguido seguir el rastro de la joven!
La muchacha quiso gritar y huir de ahí, pero ni la voz, ni sus piernas le respondieron. Luego la bestia la embistió con una furia desmedida, quitándole la vida en cuestión de segundos.
Posteriormente sus padres llegaron a la habitación, mas no pudieron encontrar al animal. Solamente yacía en el piso el cuerpo de su hija fallecida.

El gallo de la catedral

El gallo de la catedral

En Quito. Don Ramón Ayala y Sandoval era un sujeto que tenía mucho dinero y que además le encantaba la vida nocturna.
Entre sus aficiones preferidas destacaba el tocar la guitarra y desde luego el beber acompañado de sus amigos. Se decía que su corazón le pertenecía a Mariana, una joven que vivía en las cercanías de su hacienda.
La rutina diaria de don Ramón no cambiaba en absoluto. Se levantaba a las 6:00 de la mañana y después se disponía a desayunar. El almuerzo consistía en un bistec asado acompañado de papas y huevos fritos. Todo eso acompañado de una taza de humeante y espumoso chocolate.
Luego de saciar su apetito, se dirigía a la biblioteca, en donde disfrutaba leyendo un rato. Posteriormente, regresaba a su habitación para tomar una «merecida» siesta.
Después se levantaba de la cama para bañarse, pues debía estar listo para salir por la tarde. Don Ramón paseaba por las calles, hasta llegar al local de vino de Mariana (a quien apodaban la Chola).
Ya con unas copas encima, el hacendado una noche se topó con un gallo de pelea, al que retó a un duelo.
El ave aceptó el enfrentamiento y pronto le dio un picotazo en la cabeza. El hombre se asustó tanto que le pidió perdón enseguida al gallo, a lo que éste le respondió:
– No vuelvas a beber, ya que, si lo haces de nuevo no tendré clemencia y te mataré.
Don Ramón cumplió el juramento que le había hecho a ese gallo de pelea. Duró muchos años sin volver a tomar, hasta que uno de sus camaradas lo invitó a un convivió en el que no pudo sucumbir al deseo de volver a probar el licor.
Después de eso, no se sabe que ocurrió con el hacendado, pues nadie lo volvió a ver.

Leyenda del Chuzalongo

Leyenda del Chuzalongo

En la región costa del Ecuador, un hombre que se dedicaba a la agricultura, tenía a su ganado pastando en el monte. De repente, el cielo se ennegreció anunciando una terrible tormenta.
El sujeto preocupado por sus animales, les pidió a sus hijas que condujeran al ganado al granero. Las muchachas hicieron lo que su padre les pidió y en pocos minutos, encerraron a las reses en la bodega.
En eso, se dieron cuenta de que junto a ellas se encontraba una extraña criatura de baja estatura, nariz larga exacta, orejas puntiagudas y una larga cabellera de color gris.
Las muchachas gritaron con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente nadie acudió para ayudarlas. Luego de varias horas y al percatarse de que sus hijas no habían vuelto a la casa, el granjero salió acompañado de su escopeta a buscarlas.
El pobre agricultor se encontró con una horripilante escena. Sobre el pasto halló los cuerpos destrozados de sus hijas. A lo lejos pudo divisar como una diminuta criatura se iba alejando poco a poco en dirección hacia el horizonte.
Otra variante de la leyenda del Chuzalongo, es la que dice que este tipo de duende enfrenta a los hombres en el bosque, cuando por alguna razón estos lo logran ver desnudo, pues es demasiado pudoroso.
Existe otro relato en el que se asegura que el Chuzalongo sólo se deja ver en el momento en el que desea medir su fuerza con otra especie, sin importar que se trate de seres humanos o de animales).

Leyenda de Mariangula

Leyenda de Mariangula

 Se trata de una adolescente de 14 años, misma que tenía una madre que se dedicaba a vender tripa asada al carbón.
Un día la mujer mandó a su hija Mariangula a conseguir más tripas, pues la mercancía casi se le había agotado por completo. Sin embargo, como la chiquilla era un tanto rebelde, no hizo caso a las indicaciones y prefirió irse a jugar con sus amigos.
Por si esto fuera poco, el dinero que le habían dado para que comprara las vísceras también se lo gastó. Lógicamente después de pasar un buen rato en compañía de sus camaradas y de reflexionar acerca de lo que había hecho, la niña pensó que su mamá la iba a reprender fuertemente.
La preocupación no la dejaba en paz y mientras caminaba a las afueras del cementerio municipal de Quito, pensó en entrar al camposanto y sacarle las tripas uno de los muertos que los sepultureros apenas acababan de enterrar.
Esperó a que oscurecieron a poco más y llevó a cabo su macabro plan. Después se las entregó su madre y no hubo ningún tipo de reprimenda. De hecho, las tripas se vendieron mejor que otros días.
Ya de noche en su casa Mariangula no dejaba de recordar lo que había hecho. De pronto, la niña comenzó a escuchar que golpeaban fuertemente la puerta principal de su domicilio. Eso era algo muy extraño, no sólo porque ya pasaba de las 12:00 de la noche, sino porque ninguno de los demás integrantes de su familia, escuchó los golpes.
Posteriormente una macabra voz empezó a llenar la habitación de la chiquilla diciendo lo siguiente:
«Mariangula devuélveme las tripas que me robaste en el sepulcro». La voz se fue haciendo cada vez más fuerte e inclusive la muchacha pudo escuchar claramente como si alguien subiera por las escaleras en dirección a su cuarto.
Asustadísima por aquellos lamentos fantasmales, a la niña lo único que se le ocurrió hacer fue sacar unas tijeras que tenía en el cajón y abrirse el estómago para pagar su deuda.
A la mañana siguiente, la madre de Mariangula la encontró muerta sobre su propia cama.

La caja ronca

La caja ronca

Hace mucho tiempo en la ciudad de San Miguel de Ibarra vivían dos grandes amigos: Carlos y Manuel. Una mañana, el papá de Carlos les pidió que antes de ponerse a jugar, fueran a regar las plantas del jardín, puesto que hacía muchos días que no llovía y casi estaban por secarse.
Ellos accedieron, pero al final no cumplieron con esa labor, ya que se pusieron a correr por el campo. La noche cayó y fue entonces cuando Carlos se acordó de lo que le había pedido su padre.
– Está muy oscuro y tengo miedo. ¿Me acompañas Manuel a regar las plantas?
– Claro, vamos de una vez.
Antes de que se acercaran a la parte trasera de la casa, sitio en el que se encontraban las macetas que debían regar, empezaron a huir una serie de voces que pronunciaban palabras en otro idioma, de la misma forma que ocurre cuando la gente sale en una procesión.
Se ocultaron detrás de un árbol y pudieron ver que aquellos no eran seres humanos, sino criaturas capaces de flotar por el aire. A ninguno de ellos se les pudo ver el rostro, pues lo tenían cubierto con una capucha. Además, en una de sus manos portaban una vela larga apagada.
Luego de que pasaron los encapuchados, apareció una carroza guiada por un ente horripilante que tenía en la cabeza un par de afilados cuernos y dientes iguales a los de un lobo.
Fue en ese preciso momento, cuando Carlos recordó una leyenda ecuatoriana que le contaba su abuelo acerca de una «caja ronca«. La descripción que el anciano había hecho acerca de los seres que custodiaban este mítico objeto, era exactamente igual a las criaturas que acababan de ver.
El terror que sintieron hizo que de inmediato perdieran el conocimiento. Posteriormente cuando volvieron en sí, se percataron de que ahora ellos portaban también una vela larga de color blanco. Sólo que no era de cera sino de hueso de difunto.
Las soltaron de inmediato y cada uno se fue para su domicilio. Desde ese momento, procuraron jamás volver a salir de noche y mucho menos dudar de las historias y mitos que cuentan por las regiones cercanas a la capital de Ecuador.

La Capa del Estudiante

La Capa del Estudiante

Esta leyenda da inicio cuando unos estudiantes se preparaban para presentar los últimos exámenes del año escolar. Uno de ellos, cuyo nombre de acuerdo con los entendidos era Juan, tenía otros pensamientos en su mente, ya que se encontraba sumamente preocupado por lo viejas que eran sus botas y que no tenía dinero suficiente como para comprarse un par nuevo.
Él era un muchacho vanidoso y le gustaba siempre presentarse a sus exámenes perfectamente bien vestido. Por lo tanto, te imaginarás que no podía ir a la prueba con ese calzado. Sus amigos le aconsejaron que empeñara su capa y que con ese dinero podría adquirir unas botas nuevas.
A Juan no le gustó la idea y después de hablar por varios minutos más con sus compañeros, éstos decidieron prestarle el dinero con una condición:
Tenía la obligación de ir al camposanto de «El Tejar» y buscar la tumba de una mujer que hacía unos días se había quitado la vida. Cuando la hubiese localizado, lo siguiente que debía hacer era clavar un clavo sobre esa tumba.
Para quienes no lo sepan, aquella joven había sido en vida la novia de Juan. Sin embargo, ella tomó la decisión de quitarse la vida, en el momento en el que descubrió que su novio le había sido infiel.
El muchacho estaba indeciso, pues no quería «reabrir heridas de su pasado». No obstante, como necesitaba el dinero tomó la decisión de acudir a su macabra cita.
Saltó la reja del cementerio y rápidamente se dirigió hasta donde estaba la tumba de la chica. De uno de sus bolsillos sacó el martillo y el clavo y comenzó a clavar. En cada golpe que daba inconscientemente era como si le estuviera pidiendo perdón a la joven, por el daño que le había causado.
Cuando terminó, Juan quiso volver con sus amigos, pero algo lo detenía. A la mañana siguiente, los muchachos al darse cuenta de que no regresaba, decidieron entrar al panteón y ver qué había sucedido.
Luego de unos minutos llegaron a la tumba correcta y vieron como el cuerpo de su amigo yacía sin vida al lado de la tumba. Lo más curioso es que la capa del estudiante estaba completamente clavada en la tapa del ataúd.
La muerte de Juan fue sumamente extraña, pues nadie escuchó el más mínimo ruido.

El Huiña Huilli de Bolívar

El Huiña Huilli de Bolívar

Esta leyenda me la contaron en uno de mis viajes a Ecuador. José era un tahúr. Es decir, un jugador de cartas experto a quien además le fascinaba hacerles trampa a sus contrincantes.
Una noche salió de la cantina con los bolsillos repletos de monedas. Los lugareños hartos de las trampas de José, le entregaron un bote de vidrio lleno de luciérnagas, para que de esa forma todos pudieran ver que se acercaba al pueblo y así correr a esconderse en sus casas para no toparse con él.
Mientras caminaba cerca de la quebrada de Las Lajas, escuchó claramente los lamentos de un recién nacido. A José poco le importaba el sufrimiento de los demás. A pesar de ello, el llanto del bebé era tan fuerte que no pudo más que seguir el rastro del sonido, para socorrer.
En lo que iba bajando por la colina, dejó caer el frasco de luciérnagas, dejándolo en completa oscuridad. Luego halló al pequeño, lo cubrió con su capa y en ese momento la criatura dejó de llorar.
Ya de regreso, José se dio cuenta que la parte de su cuerpo en donde se estaba recargando el niño, empezó a calentarse de manera desmedida. De inmediato, trató de soltar al niño en el suelo, más en ese momento sintió como una puntiaguda garra se le clavó en el abdomen.
Posteriormente escuchó una voz grave y profunda que le dijo:
«Te tengo, ahora eres mío y te devoraré».
A lo que José tartamudeando le contestó:
– ¿Por qué? Si yo no te he hecho nada. Inclusive acabo de salvar tu vida.
– Eres una persona muy egoísta y la gente como tú merece la muerte. Replicó la horripilante criatura.
El hombre nuevamente suplicó por su vida hasta que se desmayó del enorme pavor que sentía. Al día siguiente, lo despertaron los rayos del sol de la mañana. En cuanto se levantó del suelo, volvió a escuchar el llanto de aquel niño.
José supo que no se había tratado de ningún sueño, ni de alucinaciones causadas por las bebidas alcohólicas. Prometió no volver a tomar y portarse bien por el resto de sus días.

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